ISBN: 978-1-291-68503-9-
LPI: Registro Central de la Propiedad Intelectual
Solicitud nº AB-2-2014
Nº de asiento registral 00/2014/691 Madrid
I
Este título está dividido en dos partes. Tiene su continuación en SONETOS IMPROMPTU Y OTROS SONETOS . II. Suman en total estos dos libros 107 composiciones dedicadas a este género poético que es el soneto.
Fotografía que figura en el libro-manuscrito original escrito en 1980-1981
INTRODUCCIÓN
El poemario que tenéis a la vista, SONETOS IMPROMPTU Y OTROS SONETOS es un libro que pretende rendir homenaje al soneto, esa composición poética clásica nacida en Italia, que introdujeron en España poetas del siglo XV como Garcilaso y Boscán, pero muy utilizada posteriormente por los grandes poetas de nuestro Siglo de Oro. Sonetos impromptu es el título de uno de los libros-manuscritos que poseo y que escribí durante los años 1980-1981. Consta de 50 sonetos, que constituyen la primera parte del presente poemario, pero he añadido también una segunda parte con otros 57 sonetos más, que he ido escribiendo en épocas anteriores y posteriores, seleccionándolos para formar parte del presente libro. Yo he utilizado el soneto con mucha asiduidad, incluso en libros en los que ha sido el único protagonista, como Cien sonetos a Amor o el mencionado Sonetos impromptu, con el que se abre el título de esta obra poética.
Albacete, 2015
El autor.
I M P R O M P T U .
Escribí Sonetos impromptu a la salida de una desdichada fase de mi vida, sacudida por una fuerte depresión que me supuso una baja temporal en mi trabajo. Llevado de un optimismo y una euforia recién nacidos, dejé mis pasadas composiciones intimistas y personales, llenas de soledad, para adentrarme en un mundo más alegre y extrovertido, en el que usé versos más altisonantes, más rimbombantes, de acuerdo con ese mundo exterior, estimulante y amable, que se abría ante mí. Os dejo con los cincuenta sonetos que componen toda la obra.
Albacete, Marzo 1981
A UNA LIBÉLULA
Remolino de azules y de platas
en los densos resoles del estío,
morador de las márgenes del río,
reverbero en los juncos y en las matas.
Tornasol de revuelos escarlatas,
verso alado, gentil escalofrío
del bochorno, cromático albedrío
sin caminos, errante y timorata:
¿Dónde vas con tu vuelo antojadizo,
delicada libélula, sin meta?
¿Dónde vas con tu vuelo tornadizo,
veleidosa, elegante y pizpireta,
fantasía de luces? ¿Quién te hizo
tan versátil, tan frágil, tan inquieta?
A LA SOLEDAD.
Naciste, Soledad, artera y bella,
cuando nació la Vida. Eres espino
y alhábega, camino y descamino,
canción que pasa y llanto que hace mella.
Vas de la mano de la Muerte y ella,
ductriz de tu trayecto peregrino,
dormita en ti, marcando tu destino,
pisando pertinaz tu propia huella.
Eres la lágrima furtiva y breve
de los silencios, la punzada aleve
de la ilusión acerba y ayermada.
Eres el álgido y hostil reproche
del alma dolorida, estrangulada
por el abrazo abraquio de la noche.
A UNA AMAPOLA.
Onda de sol vivísima, aureola
de nítido color, cárdeno rayo,
copo flamígero en el débil tallo,
vómito rojo de los trigos, ola
de luz de los linderos, amapola
nacida en la calígine de mayo
para ser pronto lánguido desmayo,
soplo fugaz, efímera corola.
Eres la poesía de los campos,
el verso lujurioso, la sonrisa
de los caminos polvorientos y ampos.
Eres el alma toda, la belleza
del secarral ayuno. Eres la risa
breve y gentil de la naturaleza.
A UNA CUMBRE
Peñas arriba, roca inaccesible
se yergue airosa la nevada cumbre,
dormida, coronada por la lumbre
de un sol lejano, nítido, inasible.
Vientos le donan sones de inaudible
canción de soledad y mansedumbre,
riscos y cárcavas la reciedumbre
de la naturaleza incontenible.
Regatos de agua limpia, soñolientos,
la llenan de murmullos y de acentos.
Algentes y caliginosas nieblas
la envuelven, nubes grises y difusas,
que adornan su penacho de confusas,
oscuras y negrísimas tinieblas.
A UNA FUENTE.
En una rinconada recoleta
de la ciudad, dormida en el arrullo
de la vetusta piedra, en un murmullo
perpetuo de agua tembladora, inquieta,
se alza, requebradora y pizpireta
la evocadora y vieja fuente, en cuyo
terso espejo se mira con orgullo
la arquitectura de la plazoleta,
inversa y rota en miles de fragmentos
suaves y aurífluos por el surtidor
que va poniendo en el silencio acentos
de cadencioso y místico rumor,
extraños chapoteos y lamentos
de eco nostálgico y sugeridor.
A UNA ESTRELLA.
Estrella vesperal, metalescente,
latido vacilante, tremulento,
del ácrono, inextenso firmamento,
purpúreo fulgor, guiño insistente:
¿Qué tienes en tu pálpito ignescente,
nacáreo, lejano, friolento,
pulsátil, albodáctilo, que siento,
salírseme de adentro, vehemente,
romántica y ligera, el alma sola,
prendida en tu esotérica aureola
de luz inalcanzable y argentífera?
¿Qué encierras en tu entraña incontenible
que el alma, cada vez más inasible,
se va tras ti, noctívaga y astrífera?
A UNA NUBE BLANCA.
Para ti, nube blanca, algodonosa,
blanda pluma en la inmensa infinidad,
estelífera gasa, levedad
quebradiza, vellón de lana undosa,
para ti, bailarina veleidosa,
guiño amorfo en la azul proceridad,
para ti mi canción de puridad,
mi palabra sencilla y pretenciosa.
Para ti, nube intáctil y celícola,
que en tu danza cambiante y multiforme
has osado enfrentarte al sol radiante
en un reto valiente y elegante,
para ti mi poema alto y aerícola,
para ti mi soneto fumiforme.
A UNOS OJOS VERDES.
Mírame, mírame siempre, mujer,
con tus iris de claro verde mar,
mírame, no me dejes de mirar
con tus ojos de verde amanecer,
que yo pueda embriagarme en el placer
de tu mansa mirada, desmayar
de amor dulce, acendrado, de morar
en un sueño y morir, desfallecer.
Mírame, mírame, con el fulgor
de tus verdes pupilas, mírame
dulcemente, que yo pueda sentir
tu bendita mirada verde mar
abrasándome el alma de ancha fe.
Mírame, no me dejes de mirar.
AL AMOR.
Amor, florífero y alado amor.
No hay en la tierra nada que deslumbre
como el fulgor dorado de tu lumbre,
como la luz fugaz de tu esplendor.
Estás en el placer y en el dolor
y eres a un tiempo depresión y cumbre,
pasible amaritud y dulcedumbre,
dulcísono latido y desabor.
Eres longánimo y glorioso canto
y eres nívea y aspérrima elegía.
Estás en la sonrisa y en el llanto.
Pero eres la bendita redención
que pone un pálpito de poesía,
de fe, en el pubescente corazón.
A UN GORRIÓN
Habitante del hierro y del cemento,
gorrión, que no tienes por ropaje
más que el leve y grisáceo plumaje,
más morada que el árbol macilento
de la plaza. Insensible al desaliento
no te importa el calor del estiaje
ni los hielos que afilan el ramaje
cuando llega el invierno largo y lento.
Habitante de la urbe y del asfalto,
gorrión callejero, ave sin nido,
andarín torpe y lerdo, salto a salto,
cantarín de la tarde, empedernido:
canta, canta, sin descansar, en lo alto
de la rama, tu canto agradecido.
A UNOS LABIOS DE MUJER.
Labios redondos, labios reidores,
rubros y frescos como dos cerezas,
que vais ornando de anchas sutilezas
los cálidos suspiros huidores.
Labios multifloros, sugeridores,
labios que sois un aura de tibiezas,
nacidos para ser besos de altezas,
labios que sois pasión, que sois amores.
Labios afogarados, arciformes,
nacidos para ser carne mordida
de un ósculo deífico y brutal.
Labios melíferos, coroliformes:
No dibujéis desdenes, sed carnal
deseo, placer y sangre estremecida.
A UNA MARIPOSA.
Errátil mariposa, loca, loca,
polvo de sol auroso que entretienes
tu mínimo pasar en los desdenes
de la flor a la roca, de la roca
a la flor, vagarosa, con tu toca
delicada y polícroma: ¿qué tienes
en tu arrítmico vuelo, en tus vaivenes,
en tus alas de luz viva y barroca?
¿Dónde vas, mariposa veleidosa,
vendaval de color, versátil giro,
llama incierta, pavesa temblorosa?
¿Dónde vas, mariposa vacilante,
destinada a vivir en un suspiro,
condenada a morir en un instante?
A UNA NOCHE.
Yo te saludo, Noche, ascua inconclusa,
magnífica intempesta, soñoliento
suspiro de la luz, del sentimiento,
del alma nocherniega y circunfusa.
Yo te venero, Noche, en la profusa
clara y errátil lumbre de tu argento
y en el temblor de tu quietud y siento
que soy entraña de tu entraña abstrusa.
Yo te bendigo, Noche, en la acronía
de tu celaje denso y sitibundo
y no puedo evitar, en tu agonía,
que el corazón se escape, vagabundo,
buscando en tu halda gélida y vacía
la paz que no ha encontrado en este mundo.
A UN RÍO.
El río pasa y pasa sin cesar,
requiebro en el relieve. Va dejando
caminos sin retorno, va soñando
vergeles. No se cansa de soñar.
Gloria de cumbre. Vocación de mar.
Agua y rebramo, sin por qué y sin cuando.
El río va pasando, va pasando.
Y no se cansa nunca de pasar.
El río es como el alma: pasa y pasa
y no quiere arraigar en el camino
porque le duele la eviterna calma
de lo que queda atrás, porque le abrasa
la lumbre de un lejano, repentino
y amado sol. El río es como el alma.
AL SOL.
¡Oh, flámeo Sol, oh, Sol armipotente,
viajero de la nébula, tornátil
astro que llenas de poder conflátil
el éter inextenso, opalescente!
¡Oh, Sol caliginoso, aurifluente,
Febo crinado y Endimión errátil,
Sol albodáctilo, ubícuo, intáctil,
Sol calocéfalo, metalescente!
Yo te venero, Sol, estrella ignívoma
y me hago viento y humo afogarado
por tu letal voracidad flamívoma.
Yo ensalzo tu giróvago, tu lento
pasar por el vacío, encaramado,
fulgente, en el inmoto firmamento.
A UNA NIÑA.
Dedicado a los cuatro años de mi sobrinita Mariví
Son tus mejillas suaves ababoles,
undosa catarata de destello
cobreño y aromoso tu cabello,
tus labios ruborosos arreboles,
bucles dorados, como caracoles
de gualdo guiño, adornan tu albo cuello,
tu frente acarminada, y son un bello
poema tus ojillos como soles.
No crezcas nunca, nunca, criatura.
Sé siempre así, pequeña, candorosa,
tierna, inocente, ingenua, simple y pura.
No crezcas, querubín, estrella, diosa.
Sé siempre ese ángel sacio de hermosura
que me haga el alma leve y delictuosa.
A UN OLMO VIEJO.
El cielo yerto y frío de la tarde
de invierno, enrojecido por las llamas
de un flébil sol, se enreda entre las ramas
del olmo del erial, viejo y cobarde.
Desnudo ya de frondas y aves, arde
sin fuerzas, anegado en auriflamas,
lleno de tedio, présago de dramas,
muriéndose en un bello y vano alarde.
Sin pájaros, sin hojas, seco y grave,
se yergue aún, altivo y orgulloso,
conforme y resignado con su suerte.
Y aguarda el ósculo letal que acabe
con su agonía, el soplo generoso
que venga a darle luminosa muerte.
A LA LUNA.
Luna llena, viajera nocturnina,
sidérico latido, lumbre amena,
celícola y giróvaga camena,
sonrisa de la noche, peregrina,
lejano escalofrío, danzarina
del éter temblador, dulce Selena
tras Endimión, errante. Luna llena,
montícola, gentil, circunvecina.
Sean mi canto fúgido y alado,
mi mínima palabra, la corola
de luz, el cerco aerífero y ahebrado
de argento, la albodáctila aureola
que hagan leve tu viaje enamorado
por la astrífera noche, Luna sola.
A UN PERRO.
Gallarda y calocéfala apostura,
pelaje gayo, atrípedo. Arrogancia,
nobleza, puridad, fuego, elegancia,
vigor, austeridad y galanura.
Cinérea mirada, torva y dura,
y, sin embargo, llena de prestancia,
tierna a la vez y dulce. Petulancia
de nácar y marfil la dentadura.
Bendigo la ignorancia que te adorna
porque ella es el longánimo estandarte
de tu preciosa y rica libertad.
Bendigo esa alegría, ese entregarte
sin recompensas, esa lealtad
que es tu mejor virtud, tu mejor orna.
AL MAR.
¡Oh, Mar espúmeo, eterno, inconsuntible
temblor de verde luz en movimiento,
dorado en los crepúsculos, argento
cerúleo de la noche inmarcesible!
¡Oh, Mar armisonante y aplacible,
misterio circunfuso, dormilento
bramido secular, ácrono aliento
de la naturaleza incontenible!
¡Yo te saludo, Mar, Mar increado,
Mar eviterno, Mar infinitud,
Mar mil veces sentido y ensalzado
y quisiera ser ola, plenitud,
reverbero frigente en el amado
palpitar de tu ecuórea celsitud.
A UNOS PECHOS DE MUJER.
Pechos firmes, sois túrgidas esferas
de pezones rosados, en la piel
suave y tersa del cuerpo de oropel,
avecillas inquietas, sensibleras,
auras tiernas de alegres primaveras,
azucarados pálpitos de miel,
sugerentes motivos del pincel,
cinceladas de curvas altaneras:
¿Cómo puede posar el sol sus dedos
en la dermis de leche sin ansiaros?
¿Cómo os puede rondar fingiendo miedos
y desdenes, esparcidor de aromas,
febril, el viento, sin acariciaros,
sin notar vuestro vuelo de palomas?
A UNA ENCINA SOLITARIA.
Inmersa en la serena vastedad
del llano, solitaria, hosca y cetrina,
besada del azul, clava la encina
su tronco romo y recio, sin edad
y la celícola esfericidad
de su altanera copa verdiendrina,
cargada de oro y polvo, blanquecina,
llena de soledumbre y soledad.
No la conmueven la acrimonia dura
de los inviernos, ni la densa llama
del julio abrasador de la llanura,
ni la estremece el viento que suspira
su mística canción, haciendo lira
de la hoja gris, de la nudosa rama.
A UNA GOLONDRINA.
Golondrina de mayo, peregrina
de cien mundos que vuelves a tu nido
de verano hecha vuelo estremecido,
juguetona, locuela, cantarina.
Golondrina de mayo, golondrina
rabilarga, de canto enternecido,
moradora del cielo, ancho latido
de los aires, levita azur y endrina.
Golondrina que inundas los estíos
de solemnes y agudos pío-píos:
No te canses jamás de tu alegría,
sé piropo, sonrisa y armonía
de los lentos crepúsculos vacíos
de la urbe adormecida. Y pía, pía.
A UN ATARDECER DE JULIO.
En el hervor cobreño y flavescente
de las combustas parvas estivales,
sobre el ocráceo de los sequedales
cabalga el tardecer ignipotente.
Rubor acarminado, oro efluente
que viste la yermez de los eriales
de bermejizas galas vesperales
y el cielo de pereza rubescente.
Todo se va sumiendo en soledosa
tristura, en apacible soñolencia:
la luz de la llanura esplendorosa,
la pura nitidez y transparencia
del aire, la canción ancha, tediosa,
pugnaz de la insectil reviviscencia.
A UNA JOVEN.
Niña, no dejes nunca de mirarme
con esos ojos límpidos, castaños,
y la ternura de tus quince años
de la que no sé huir para guardarme.
No dejes nunca, niña, de nombrarme
con esa voz dulcísima de extraños
timbres que pueden infligirme daños
irrestañables o pueden salvarme.
Sé siempre savia nueva que alimente
la lobreguez de mi alma decadente.
Sé siempre mariposa ingenua y loca
que llene de color mi soledad
y sé siempre el poema hecho verdad
que aliente puro y trémulo en mi boca.
A UN CUERVO.
Pecado de los páramos, mancilla
de la impoluta nieve, revolar
inquieto del alcor al encinar,
del encinar a la caliente arcilla.
Negro respingo que en la luz rebrilla,
présago huésped de agrio crascitar
desde el ramaje gríseo del pinar
hasta la parva seca y amarilla.
No sabes de los hielos ni del frío
que en alas de los céfiros de enero
te erizan el plumaje de rocío,
ni sabes del calor duro y artero
que te ahoga en los rigores del estío.
Sé siempre un símbolo tenaz y austero.
A UN AMANECER.
Que llega ya la luz de la alborada,
que está llegando ya el amanecer.
Colóquese su velo rosicler
la dulce y perezosa madrugada.
Que está llegando ya la suave albada,
que llega ya el undoso clarecer.
Comience a resurgir, a renacer
la voz de la quietud ancha y callada.
Sacuda su perlífero rocío
la pálida mañana, bata el ala
nivosa la oropéndola canora
y suene el élitro sonoro, gala
centípeda y vibrante del estío,
que está llegando ya la rósea aurora.
A UNOS PECES DE COLORES.
Requiebro nacarino en el acuario,
buriel destello, nadador versátil,
pompa de luz undívaga y pulsátil,
giro azuloso, consuetudinario.
Flotante aljófar en las algas, vario
piropo, verso aurífero y errátil,
suspiro saltador, capricho acuátil
surgido de un crisol imaginario.
Los peces de colores, en la pura
y acarminada luz de los neones
son como trasgos fúgidos y aviesos,
son como duendecillos juguetones,
como entes revoltosos y traviesos,
que danzan en la estancia ancha y oscura.
AL FUEGO.
Flamívoma la entraña, inconsuntible
la lengua, el corazón incontinente
y el halo una corona flavescente,
aurígera, giróvaga, inasible.
Eres el Fuego acrónico, irascible,
del cosmos increado e ignescente,
eres la férula reviviscente,
letífera, del báratro terrible.
Eres pálpito y luz. Nunca reposas.
Eres la propia esencia de las cosas,
a un tiempo dulcedumbre y desabor.
Estás en la materia, vivo o inerte,
hostil e insuave, pero redentor.
Lo mismo das la vida que la muerte.
30. A UNA ROSA
Resbalan en tus pétalos de grana
las perlas de rocío, leve rosa,
trocándose en aljófares de undosa
pureza. Eres la luz fugaz y vana,
la llama de áurea lumbre que engalana
de púrpura la tarde alta y tediosa.
Eres la poesía generosa
que llena de esplendores la mañana.
Eres la candorosa amenidad,
eres la pródiga policromía
que viste de colores la ciudad
desangelada, artificial y fría
y eres el sol de mi honda soledad,
el que redime y salva el alma mía.
A UN CAMINO.
Recta sin horizonte en la yermez
de la llanura ocrácea y soledosa,
zarpada ríspida y rubiginosa
sobre la resequida amarillez
de los rastrojos, en la redondez
de la infinita lontananza rosa,
mella insuave, cinérea y arcillosa
del campo en su anchurosa desnudez.
Aspérrimo camino, hosco arañazo
transverso en las derechas aladradas,
sendero espíneo, desgarrado trazo
que pones en el erio de la siega
y en las áridas tierras coloradas
tu fúgida canción aldeaniega.
AL VIENTO.
Silba el Viento en la yerma amaritud
de los campos su oscura sinfonía
de lamentos, mientras se muere el día
en la sobria y terrígena acritud,
en la hermosa y dormida infinitud
de la grísea llanura abierta y fría.
Brama el Viento su eterna melodía,
su canción de severa excelsitud.
El rugido polífono y armígero
de los austros o de los aquilones,
el suspiro del céfiro penígero,
del aura leve, ponen emociones
en el espíritu nival y alígero
y angustia en los cansados corazones.
A LA PRIMAVERA.
Ya tiene el campo ocráceo el flámeo gozo
de los almendros ópimos, la leve
sonrisa de sus pétalos de nieve,
la montaraz dulceza del allozo.
Ya se hinche de esplendor y de alborozo
la acidia soledosa del relieve.
Ya tiene marzo en la corola breve
su tierna luz, su prístino sollozo.
Huele la tierra a nueva con las lluvias
que anuncian la rimada primavera
y pronto las besanas rectas, rubias,
serán un hervor verde de alcaceles,
una orna en flor con que la paramera
resurgirá de sus inviernos crueles.
A
LA MUERTE
Dama blanca, furtiva compañera,
que velas tu cuitada amarillez,
tu torva faz, tu énea yertez,
con este pálpito de vida artera.
No estás en el camino, airada y fiera,
como una parca de acre escualidez;
no estás en el camino como un juez
de frunce terrorífica y severa,
ni portas falce, ni sudario vistes,
que estás, incompasiva, dentro mismo
de las entrañas, reticente y bella,
que alientas en la humana fe, que existes,
enmascarada en áfono quietismo,
dentro del corazón, haciendo huella.
A LA NIEVE.
Los copos grandes de impoluta nieve
cayendo en las anchuras soledosas
del campo son como las mariposas
sutiles, blancas, del invierno aleve,
son como la sonrisa alada y leve
de las estepas duras y acidiosas,
son como suaves pétalos de rosas
en la agonía de la tarde breve.
Visten de inmaculada puridad
la mancillada y seca soledad
de la llanura desabrida, inerte.
La nieve es un sudario de alba gasa
que cubre, compasiva, cuando pasa
la muerte de los campos con su muerte.
A UN PAISAJE DE OTOÑO.
¡Qué tristura más dulce la tristura
que el otoño se deja en el paisaje
requemado de sol del estiaje
furibundo y tenaz de la llanura!
¡Qué dulzura más triste la dulzura
del ocre de la tierra y del celaje
fusionados en blando maridaje
por un beso de trágica hermosura!
Hay paisajes de otoño que fascinan
los sentidos dormidos, que iluminan
de levísima luz la fatua muerte
que llevamos adentro. Son el lloro
reprimido del alma sola y fuerte
renacida a la fe en su lecho de oro.
A LA ILUSIÓN.
Dame ese soplo aerífero, introverso,
placible, fulgurante y marcescente
que me haga amar la vida llanamente
con un amor grandísono y diverso.
Sé el alma de mi cálamo y el verso
sencillo, enamorado, vehemente,
longánimo y antófago, que aliente
con fe difícil el camino adverso.
Sé la canción pugnaz que me redima
de las inanes y vacías horas
tras de las cuales mi atonía está.
Contigo brotarán palabra y rima.
Sin ti no habrán polífonas auroras.
Si no te tengo, ¿qué me quedará?
A LA VIDA.
Te bendigo, áurea Vida, en la armonía
del sentir revoluto y en el tono
de mi verso mirífico, disono
con la luz que se viene con el día.
Hoy que una óptima y ancha fe me guía,
hoy que creo y sonrío, amo y perdono,
hoy que sé ser magnánimo, te dono
la canción que en mi alma arde y ansía.
Hoy que vibro en el mágico esplendor
de la lumbre otoñal y renacida,
hoy que aprendo a sentirte en el color
de las cosas que se me van contigo,
hoy que soy corazón etéreo, Vida,
yo te ofrendo mi voz y te bendigo.
A LA LIBERTAD.
Toma este pálpito de inmensidad
que soy entre tus dedos celicales
y suenen para mí los atabales
empíreos de tu paso, Libertad.
Sé siempre así: Una voz de infinidad,
un clamoreo de auras perennales
y alípedes que escancien a raudales
tu grito sobrio de solemnidad.
Quiero posar en tu regazo vario
mi nómada sentir de peregrino,
mi corazón de niño solitario.
Quiero pasar contigo. Quiero ser
efímera pasión en el camino
difícil que aún me resta recorrer.
A UNA TAZA DE CAFÉ.
Una taza caliente y humeante
de café es como un alto en el camino,
como un pararse un poco, repentino
y ameno, en la vorágine enervante.
Pone un sesgo de paz en ese instante
de cansancio mortal, de ocio dañino,
pone un almo sosiego peregrino
leve y blando en el alma caminante.
Una taza de buen café en la tarde
coronada de un sol que ya no arde,
cuando el viejo y cansado corazón
busca alivio al urbícola ajetreo,
es un bálsamo grato, un aleteo
fugaz de una calóptera ilusión.
A UN SUSPIRO.
Un suspiro es un pálpito en el viento
temblador, una cálida y redonda
brisa leve, una vaga y sutil onda
que se mece en el aire dormilento.
Un suspiro es un estremecimiento
que se escapa del pecho en una honda
rasgadura de luz, dorada y blonda.
Un suspiro es un hálito irredento.
En la feble y magnífica belleza
de un suspiro subyace la tibieza
de un amor indoloro y sitibundo,
la acritud de una lágrima impulsiva,
la dulzura de un sueño furibundo,
la inocencia de una ilusión furtiva.
A UNOS CHOPOS.
Añoso, esbelto y ensiforme el tallo,
la copa tembladora, alta y frondífera,
sombrátil, elegante y fornicífera,
retrata la chopera el áureo mayo
de su esplendor surgente, en el desmayo
de la corriente lenta y soporífera
que premia de frescura salutífera
la calma sempiterna del serrallo.
Los chopos son la risa vertical,
amnícola y melíflua del paisaje,
el ácueo rumor, el ancestral
murmullo de los valles silenciosos,
el clamoreo undívago, el lenguaje
placible de los montes soledosos.
A UNA GRAN CIUDAD.
Paralelepipédica estructura
de acero, de cristal y de cemento,
cáncer adáctilo del pensamiento,
prisión sin rejas para el alma pura
que se ahoga en tu aprosada arquitectura,
que se estremece en tu estremecimiento
como un ente doliente o irredento,
llena de tedio, sacia de amargura.
Dura cadena, sepultura hermética
del hombre que se arrastra como un reo
movido por su fe filogenética.
Cárcel de asfalto, lóbrega ciudad,
hostil y sorda al cálido aleteo
del corazón que ansía libertad.
AL TIEMPO.
¡Oh, Tiempo, inconsuntible en tu acronía,
mentira perennal, ductriz verdad
de fiel unidireccionalidad,
apátrida viajero, cárcel fría!
No sé si pasas por la esencia mía
o voy pasando yo en tu infinidad.
No sé si existes en la eternidad
o mora en ti la eternidad vacía.
Yo soy un soplo, una fulguración,
un átomo fugaz y tempolábil,
un algo en el espacio y en la acción,
mas no me perteneces, ni soy reo
de tu áptero transcurso tempostábil.
No soy sustancia en ti ni te poseo.
A UNOS GATOS.
En la irascible luz del mediodía,
pintados, albicaudos y cimbreños,
panzuelas regordetas los pequeños,
los viejos la mirada cauta y fría,
juega la grey gatuna: Algarabía,
corvetas gayas sobre los cobreños
tejados, frívolas piruetas, dueños
del aire, acróbatas de alta maestría.
Ora encrespan el cuerpo, hinchen la cola.
bufan cómicos, saltan al desgaire,
corren locos en júncea cabriola,
ora fingen combates violentos
dibujando rabiosos, incruentos
y graciosos zarpazos en el aire.
A LA ESPERANZA.
¿Dónde está la Esperanza? ¿Dónde oculta
la amorfía inextensa, ubícua y vana
de su rostro aplacible? ¿Qué mañana
dejará su desdén de diosa adulta
para ser estandarte y catapulta
de mi fe cenobita, áfona y llana?
¿Llamará alguna vez a mi ventana,
reidora, pletórica, insepulta?
¿Cuándo será esa voz cadente y suave
que alivie mi dañosa difidencia?,
¿cuándo la luz que orientará mi nave
sin rumbo, a la deriva, en la negrura
de un mar hostil, lleno de amarulencia?,
¿cuándo el amor que ciegue tanta agrura?
A LA FE.
La Fe es un sello de proceridad
que duerme en un rincón del corazón,
que se despierta cada día con
el dulce enlabio de la claridad.
La Fe es un hálito de puridad
que marcha en nuestra misma dirección
al silencioso y al disímil son
de una caliginosa acerbidad.
La Fe es como una blanca y débil flor
desasistida y sola en un erial
que se resiste con pugnaz ardor
a ser lúdico afán del vendaval
de las pasiones en el alredor
de nuestro mundo mínimo y banal.
A UN PUENTE.
Puente: Cantar, piropo permanente
de musgo antiguo, de silbar bravío,
sonrisa en el paisaje solo y frío,
latido y simetría, onda efluente
que se hinche de pasión en la corriente,
suspiro ameno en el verdor umbrío.
Quiere quedarse con el puente el río,
quiere marcharse con el río el puente.
El puente es la palabra escrita en piedra,
la rima que se enreda entre la yedra
y el verso tembloroso y arciforme.
Y el río es el frondífero poema,
la voz que se tamiza, el ancho tema
tañido por su lira junciforme.
A UNA PLAZA DE UN PUEBLO MANCHEGO.
La espesa soledumbre de la siega
castiga la estructura de la plaza
del pueblo en una mágica añagaza
de umbrátil paz, de luz aldeaniega.
La estampa de la casa solariega,
la esfera del reloj, a la que abraza
la torre de la iglesia, son su traza
vetusta y alba de ágora manchega.
Sus altos, herrugentos, abrigaños,
adustos y arciformes soportales,
dormidos en el polvo de los años,
son la ínclita sonrisa, abierta y pura,
que pone calidez en los eriales
austeros, sin final, de la llanura.
Albacete 1981-1982
Continúa en SONETOS IMPROMPTU Y OTROS SONETOS II